Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia mientras navega. Las cookies que se clasifican según sea necesario se almacenan en su navegador, ya que son esenciales para el funcionamiento de las características básicas del sitio web. También utilizamos cookies de terceros que nos ayudan a analizar y comprender cómo utiliza este sitio web. Estas cookies se almacenarán en su navegador solo con su consentimiento. También tiene la opción de optar por no recibir estas cookies. Pero la exclusión voluntaria de algunas de estas cookies puede afectar su experiencia de navegación.
Imprescindibles
Las cookies necesarias son absolutamente esenciales para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría solo incluye cookies que garantizan funcionalidades básicas y características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.
No imprescindibles
Estas cookies pueden no ser particularmente necesarias para que el sitio web funcione y se utilizan específicamente para recopilar datos estadísticos sobre el uso del sitio web y para recopilar datos del usuario a través de análisis, anuncios y otros contenidos integrados. Activándolas nos autoriza a su uso mientras navega por nuestra página web.
«Me decidí a escribir este libro para disipar los numerosos malentendidos que existen sobre mi persona... y para que en el futuro ya nadie se pregunte dónde
«Me decidí a escribir este libro para disipar los numerosos malentendidos que existen sobre mi persona... y para que en el futuro ya nadie se pregunte dónde está la verdad y dónde la mentira. Me interesa ante todo presentar sin deformaciones los distintos episodios de mi vida. Para las personas que me aman y me recordarán.» En 1978, Marlene Dietrich rodó Gigoló, de David Hemmings, donde compartió cartel con el an ¬drógino David Bowie. Fue el punto final decepcionante para una carrera que en realidad había acabado treinta años atrás. Después, un día, como Greta Garbo, Merlene cerró la puerta en las narices de la gloria y del mito y se encerró en un piso de tres habitaciones de la avenue Montaigne de París, donde moriría en 1992. Allí escribió su autobiografía, que concluye hablando de la soledad y de su agnosticismo: «Qué suerte tienen las personas creyentes, que pueden descargar el peso de sus almas en el regazo de Dios. Yo no puedo hacerlo. Y lo lamento». La última vez que respondió a un periodista fue para decir: «A los veinte años, yo no era nada. A los ochenta no soy más que una vieja vulgar. Entre me