ESTAMOS TOCANDO NUESTRA CANCION
LA MADRE DE TODAS LAS PLAYLISTS
El astuto Pradera ha tramado en este libro un ardid diabólico (y muy propio de su ya inveterada perfidia): primero nos encandila con la añagaza de unos misterios sibilinos que algunos tacharían de capciosos: ¿sabéis... Seguir leyendo
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ciertas observaciones algo sesudas y muy musicológicas, pero su taimado autor las viste de tal modo que brillan por su claridad hasta en los oídos más obtusos. Milagros de la divulgación bien entendida.
Aquí se nos ofrece un opíparo banquete musical (ya lo hemos dicho) cuyo rasgo más insólito es su riguroso catolicismo (eso no lo hemos dicho):
imbuido de un admirable espíritu ecuménico, el padre Máximo acoge en su seno un tumulto de obras casi pecaminoso y desde luego insolente por su
variedad: baja a las cabañas y sube a los palacios, transita desde lo cutre (e incluso lo chungo) hasta lo sublime sin mover una ceja displicente. Todo le interesa, nada humano le es ajeno. Así, de «Mambrú se fue a la guerra» pasamos a Lohengrin con pasión wagneriana; de Juanita Reina a Shostakóvich con folclórica alegría; de La marsellesa a «Like a Rolling
Stone» con ardor guerrero y mala leche dylanita. Etcétera, etcétera. Los gustos que maneja el señor arzobispo (ya lo hemos ascendido) son severamente eclécticos porque las músicas del mundo son severamente
heterogéneas: si la verdad puede brotar en cualquier sitio, la belleza brota en las melodías más dispares y el interés en los rincones más inesperados. Hasta ellos nos conduce el astuto Pradera. Que Dios se lo pague.
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