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Con homenaje a los padres que han muerto y a los hijos que no debieron morir, con retratos de hipocondríacos, amantes y suicidas, El enterrador despliega una
Con homenaje a los padres que han muerto y a los hijos que no debieron morir, con retratos de hipocondríacos, amantes y suicidas, El enterrador despliega una increíble gama de matices que van desde lo solemne, lo nostálgico y lo lírico, a lo mordaz y lo intensamente vivaz. «Todos los años entierro a unos doscientos vecinos.» Así comienza el singular testimonio del poeta Thomas Lynch, una revelación en la literatura norteamericana de la última década. Lynch, como todos los poetas, se inspira en la muerte, pero a diferencia de los demás, vive de ella. Trabaja como director de una funeraria en una pequeña población de Michigan donde se encarga de los entierros, cremaciones y actos fúnebres de su comunidad. En este libro las dos vocaciones se encuentran y Lynch se revela a la vez como competente funcionario del duelo y como escritor, que de manera conmovedora sintoniza el lenguaje con las fibras de la liberación interior.