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La playa de La Chucha está rodeada de invernaderos y de lomas desérticas. En la arena, dura como el asfalto, no hay manera de clavar una sombrilla, y quien se
La playa de La Chucha está rodeada de invernaderos y de lomas desérticas. En la arena, dura como el asfalto, no hay manera de clavar una sombrilla, y quien se lanza de cabeza al agua se arriesga a partírsela contra un pedrusco. Habrá quien piense que no es el lugar idóneo para reconciliarse con la vida. Tal vez. Pero si algo caracteriza a las experiencias memorables es que nunca ocurren en el lugar idóneo. Nacho, un escritor en horas bajas, no sabría explicar por qué ha decidido pasar el verano en La Chucha, y otro tanto puede decirse de Carmen y de su hija, Mónica, que han llegado arrastradas por la misma tormenta interior que lo ha llevado a él hasta allí. ¿Y qué decir de esa vieja insufrible que los tiene a todos intimidados? Por no hablar de Jacinto, que lleva décadas viviendo allí como un ermitaño. Todos en La Chucha parecen estar huyendo de algo. Es un buen lugar para huir. Ni a sus amigos ni a sus enemigos se les ocurriría seguirlos hasta esa playa inhóspita rodeada de invernaderos. Ellos se lo pierden. Porque lo que está a punto de ocurrir en La Chucha es uno de los espectáculos más hermosos de la naturaleza: el encuentro, tras un largo viaje, de un grupo de personas que huyen. Un encuentro que los cambiará de por vida, y que tampoco los lectores olvidarán fácilmente.