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Los príncipes tienen pompa y gloria, no se enamoran de los plebeyos. Nada como un buen escándalo para desatar las malas lenguas de la alta sociedad londinense
Los príncipes tienen pompa y gloria, no se enamoran de los plebeyos. Nada como un buen escándalo para desatar las malas lenguas de la alta sociedad londinense. Por eso cuando hallaron muerto al secretario personal del príncipe Sebastian, heredero del trono de Alucia, durante su visita oficial a Inglaterra, el asesinato se convirtió en el principal tema de conversación para todos, incluida Eliza Tricklebank. Su irreverente revista de chismorreos se había beneficiado de una pista anónima sobre el crimen, y había empujado a Sebastian a convertirse en detective. Además de suscitarle un gran interés por ella. Con un tratado de comercio internacional en juego y la necesidad creciente de encontrar una esposa adecuada para la Corona de su país, no había nada más lascivo que una aventura entre un príncipe y una plebeya. Para Sebastian, el carácter rebelde de Eliza era a la vez frustrante y seductor, pero tenían que trabajar juntos si querían atrapar al asesino. Y, cuando las cosas empezaron a caldearse a puerta cerrada, Sebastian tuvo que decidir cuál era su prioridad: su país o su corazón.